Ya llevaba unos tres días de vacaciones. Estábamos en Guanajuato mi novia y yo (por fin) en pleno Cervantino. Ya habíamos visitado lo visitable. Subimos y bajamos el Pípila. Hacía un buen solecito, rico, suficiente como para echarnos unas chela. Nos instalamos en una terrazita de la plaza principal, en frente del teatro Juarez. Pedimos una michelada. Con el primer sorbo se me olvido todo. Dónde estaba, qué iba a hacer, qué había hecho. En ese momento nuestra platica en silencio fue una de las más ricas que hemos tenido. Sólo disfrutábamos el día, la chela y sobre todo la compañía. De fondo, una rola que jamás había oído. Un ritmo muy suave, con una voz muy relajada. Era el soundtrack perfecto para ese momento. Esa rola fue hecha para ese momento. Para que se nos olvidara dónde estabamos, que habíamos hecho y qué íbamos a hacer. Esa rola fue hecha para platicar en silencio y decirnos todo sin emitir una palabra. Esa rola fue hecha para ese preciso momento, en el que por 5 minutos, nos olvidamos del mundo.

Cuando escucho rolas que me encantan, me posesiono, trato de no cantar, pero eso si me muevo como si estuviera en el concierto, como si estuviera psoeido por la rola, cierro los ojos, se me pone la piel china, y tal vez no canto pero muevo la boca como si cantara, hago headbangin y todo, la dejo fluir. Que chida es la música, rolas que te atrapan, que te marcan y que te hacen crecer.
Cómo la disfruto. Gracias ritos paganos.